
Desde el espacio, las múltiples razas que habían sembrado parte de la vida orgánica se regocijaban desde sus naves al ver como crecían las plantas, como avanzaban y se desarrollaban nuevos animales, como la belleza del planeta se incrementaba en cada instante.
n aquellos momentos, los jardineros no podían hacer nada más que esperar. Pasaron miles de años, diferentes grupos de voluntarios iban bajando al planeta de forma regular, encarnando en las nuevas formas físicas alteradas para encontrar la manera de liberar a esos seres, (que ya habían recibido tantas manipulaciones que ahora ya no eran ni trodoones ni manus, sino una nueva especie mezcla de todo lo anterior denominada “lhumanu”), del yugo de esas razas y restaurar el curso de la evolución. Sin embargo, ya no podían hacer mucho. La manipulación genética rompió la conexión con el gran espíritu de los animales, los nuevos cuerpos físicos creados ya no tenían conciencia grupal sino individual y se veían separados los unos de los otros.
Había nacido un nuevo “ser” en el planeta, un nuevo nivel “evolutivo”, que no tendría que haber existido si las leyes evolutivas naturales hubieran seguido su curso. Había nacido un ser que tenía cuerpo homínido, pero parte de sus genes y de su mente presentaba rasgos de aquella otra raza invasora, e incorporaba el carácter, la concepción y la forma de entender la vida de la misma forma que sus maestros creadores la entendían, sin las capacidades, potencial y conocimiento para comprender porque eran así, o como podían ser de otra forma. Esto último, por supuesto, no había sido transferido desde los creadores a los creados.
El nuevo ser se llamó “lhumanu”, y a partir de entonces la vida en la Tierra cambió por completo.
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